Para que se dé la respiración necesitamos que los pulmones sean capaces de expandirse y contraerse, por lo que han de ser elásticos. Sin embargo, debido a las fibras elásticas exteriores y a la tensión superficial del interior de los alvéolos, éstos podrían colapsarse, es decir, contraerse con fuerza hasta cerrarse completamente. Esto es lo que sucede, por ejemplo, cuando se produce una punción pulmonar.
Los pulmones están rodeados por dos membranas pleurales, que crean el espacio en el que se encuentran los pulmones, denominado cavidad pleural. Esta cavidad es un espacio lleno de líquido que rodea cada pulmón (Fig. 7). La cavidad pleural está organizada de una manera similar al pericardio que recubre el corazón.
La parte de la pleura que está en contacto con el tejido pulmonar se conoce como la pleura visceral. La pleura conectada físicamente con el interior del tórax, es decir, en el interior de las costillas, tejido conectivo y el diafragma, se llama la pleura parietal. Entre la pleura visceral y la parietal se encuentra el líquido pleural. Este líquido tiene un volumen de sólo 1.2 ml. De este modo, aunque las dos membranas, visceral y parietal, se mantienen juntas entre sí, se pueden deslizar suavemente una sobre otra cuando el tejido pulmonar se mueve.
El hecho de que el líquido en la cavidad pleural sea tan escaso hace que las dos membranas estén pegadas entre sí con relativa fuerza, al igual que una gota de agua puede mantener juntas dos superficies de cristal pulido. Si mantenemos el cristal horizontalmente sólo por la parte superior, la parte inferior no caería debido a la película de agua entre ambas.
Puesto que la membrana pleural parietal está unida al interior del tórax, y la membrana pleural visceral a la superficie del tejido pulmonar, cuando expandimos el tórax, los pulmones también se expanden con él, y cuando reducimos el tórax, el volumen pulmonar se reduce (Fig. 7). Esto es lo que sucede cuando respiramos. Durante la inspiración se contrae el diafragma y los músculos intercostales. El diafragma baja hacia el abdomen y el tórax se eleva hacia delante. El volumen de los pulmones aumenta y por lo tanto crea un vacío que succiona el aire hacia los pulmones a través de la cavidad nasal y oral. Cuando espiramos, las contracciones de estos músculos se detienen, se relajan y vuelven a su forma original de reposo. Esto aprieta el tejido pulmonar debido a las fibras elásticas antes mencionadas y a la tensión superficial. Durante una respiración normal tranquila el aire en los pulmones es forzado a salir sin gastar energía.